En Catalunya decimos que "qui no s'arrisca, no pisca". Algo así como "quien no se arriesga, no pilla", traducido a mi manera. Y para los aficionados al cómic esto está, quizá, aún más claro. Cuando uno lleva cierto tiempo siguiendo 3.000 colecciones a la vez, va a su tienda habitual y coge por inercia eso que se sigue siempre, y quizá otras obras por el personaje que las protagoniza, por el guionista, por el dibujante, por la continuidad de un mega-evento...
Hay otras veces en que uno se fija en algo que no conocía de nada. No sabes quienes son sus autores, ni siquiera qué editorial lo ha sacado ni su temática. Pero lo coges y lo miras un poco. Lo compro, no lo compro. El 70 o el 80% de las veces no lo hago. Frases como la de "niño, al final no te cabrán tantos cómics en la habitación" o el tema económico, obviamente, hacen que me quite el capricho.
Pero, otras veces, las menos, pico. Y en esta ocasión, así fue. En mi tienda habitual, a la que pocas veces le he puesto los cuernos, NadaComercial (nunca viene mal un poco de publi y peloteo), existe una pequeña sección de "todo a 2 euros", que aparece ante tus ojos cada vez que miras al mostrador. Números sueltos, cosas extrañas... Y ahí, entre todo lo visto las mil veces que ya había mirado, encontré Homocánido. Sí, también lo había visto las otras mil, pero siempre me había llamado la atención. Lo cogí. "Oye, esto me pica". "Pues mira, si lo quieres, llévatelo". Para qué voy a engañaros, no pagué un duro por él. Traerle una cosa de Chris Sprouse la semana anterior me ayudó, supongo. Pero lo hubiera acabado comprando igualmente, que me conozco.
Me cuentan que pertenece a la Colección Balas Perdidas, una apuesta un poco kamikaze que hizo Aleta Ediciones en su día, con números únicos de autores españoles. Pues benditos japoneses y sus aviones estrellados.
Una historia corta y autoconclusiva que nos habla del rechazo a aquello que no comprendemos, a aquello que nos es diferente. Ese tipo de historia, como la de la Patrulla-X, que me recuerda siempre a aquellos que nos llaman frikis por la simple razón de disfrutar de algo que ellos no saben ni qué es. Por disfrutar, con todas las letras, mientras unos dibujos y unas letras hacen volar a nuestra imaginación.
Una historia cruda, que nos pone los pies en el suelo. Porque son hechos verosímiles, como mínimo.
Una historia entretenida, que nos mete en la piel de otra persona, y nos mantiene expectantes por ver como se desarrolla.
Una historia con un poco de ecologismo, que eso a mí siempre me llama.
Una historia que me recuerda lo satisfactorio que resulta, a veces, caer en la tentación, y comprar ese cómic del que no sabes nada y que te está llamando a gritos, por mucho que te lo niegues a ti mismo.
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