lunes, 3 de diciembre de 2007

El Club del Rizo

Vuelve a ser lunes, volvemos a intentar mantener la frecuencia de los mensajes, y qué mejor forma de empezar la semana que haciendo autocrítica.

Aviso para navegantes: esta opinión es estrictamente personal aunque pueda influir en mis seres más allegados después de la abundante repetición del discurso y la violenta gesticulación.

Voy a proporcionar datos poco precisos sobre localizaciones, tiempo y nombres, para evitar un posible linchamiento.

Este año, empecé un curso determinado en los estudios que estoy cursando. Al poco tiempo, avisté algo que despertó mi lado más salvaje: el del odio irracional.

Los precedentes de esto en mi vida son diversos. Aparte de algunos que no recuerdo, hay algunos muy concretos que, pese a la edad que tenía en algunas de esas experiencias, me sirven para retratar el sentimiento sobre el que escribo.

Para empezar, ocurre que de pequeño tuve un trauma. O es algo que recuerdo con odio, como mínimo: los dibujos de "Teo".

Era un personaje que me daba rabia, muchísima rabia. Y ahora resulta que cumple 30 años.

Confieso que sus aventuras me ponían de los nervios. Vale, sé que eran para niños pequeños y quizá yo era demasiado mayor, pero es que lo televisaban siempre y no lo podía soportar. No sé si la oferta de dibujos en ese horario era poco variada o que me obligaban a verlo, pero el caso es que lo hacía.

Más adelante, en un momento indeterminado de mi vida, empezó a darme rabia, o más bien a hacerme gracia, el pelo "a lo afro". No sé la razón, pero me la sigue haciendo, para qué negarlo. Y es que a veces de la gracia a la rabia hay sólo un paso.

Recientemente, viví el último precedente. Esto no es otro que el anuncio del "11811", el conocido teléfono de información. No puedo con él, en serio. La violencia corre por mis venas a raudales. La cara del protagonista ha sembrado una referencia para el odio en mi vida. ¿Es posible concentrar en la simple apariencia de una persona ese grado de impertinencia y pringadez? Pues parece que sí.

Retomando la historia inicial, una vez sentados los precedentes, se materializan las razones para mi rabia contenida en algunas ocasiones.



El caso concreto es el siguiente: descubrí la existencia en mi clase de dos personajes de similares características: graciosines con cara burlona e impertinente que recorrían el aula haciéndose los simpáticos con una sonrisa de oreja a oreja que parecía más falsa que el físico de Yola Berrocal.

Los miré una y otra vez hasta cogerles manía. ¿A qué podía deberse ese odio que producía tal sustancia efervescente en mi boca? La sonrisa burlona era evidente, pero había algo más en ellos. Tras unos minutos de observación lo vi claro: los dos tenían el pelo rizado. Pero no un poco rizado, no, ¡eso era pelo a lo afro!

He buscado los síntomas de la rabia en el hombre, para comprovar si se trata de una enfermedad física y tangible que desconocia tener. O para saber si debo llevar a mi perro urgentemente al veterinario.

No tengo fiebre, ni dolor de cabeza ni depresión nerviosa. Estoy inquieto y agitado, aunque no llego al punto de sufrir espasmos dolorosos al respirar ni al beber agua. Pero me preocupa sufrir una cierta tendencia a la vociferación, los alaridos y la agresividad. Como los síntomas no me han durado en ningún caso 3 días, he descartado esta opción. Él no tiene ninguno de los síntomas.

He seguido investigando y he descubierto diversas opiniones que hablan sobre el odio como enfermedad en muchos miembros de la sociedad.

Por el momento, me quedo más tranquilo. Eso sí, si se repite mucho me lo iré a mirar.

Para acabar, quiero aclarar que no por tener el pelo rizado soy reticente a entablar conversación con alguien. Creo que es más influyente la sonrisilla.


Enlaces de interés:

- Información sobre la enfermedad de la rabia.
- Artículo sobre el odio como enfermedad en El País.
- En este foro se debate el tema.

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